CAMPANA DE VIDRIO
Hoy los olores y las
imágenes vienen a mí, volvedoras. La mujer que soy, deja que tomen
posesión y se armen su propio hogar en esta mente mía, agotada de
tanto rumiar a solas. Son como “ocupas” que se instalan en
terrenos de otros aferrándose como si les perteneciera, bebiéndose
la vida con ganas sin detenerse a dudar y, el invadido, -por miedo o
por sorpresa- va cediendo de a poco, hasta que pierde su espacio, su
umbral, su lugar de ser.
Hoy esas imágenes me
inundan. Y puedo ver, a los lejos, desde adentro de esta campana de
vidrio donde me habitué a vivir, a la nena decidida que arrebata
sonrisas, seductora pese a su inocencia, o quizás por eso . Y puedo
oler el aroma a lavandina de las escaleras de madera recién lavadas,
aroma de épocas más antiguas que los tiempos, cuando todo eran
aplausos que siguieron hasta la adolescencia, donde, perceptiva e
impertinente, aún desconocía el acíbar de las malas experiencias.
Esas que nos marcan para siempre, esas que ocultamos sin ver que, al
hacerlo, escamoteamos las otras, las que nos enorgullecen. No fue el
afuera, sino el adentro, mi adentro el que me amputó con la
esperanza de ser amada y valorada. Creo que vislumbré un mundo
ficticio, donde la maldad es el lobo que se come a la abuelita cuando
es ella quien se come al pobre lobo feroz que, ensangrentado, muestra
sus grandes dientes inútiles, porque no los usó, porque creyó en
la imagen de la tierna viejecita, rechoncha y con rodete.
¿No somos, acaso, lobos
piadosos dejándonos comer por abuelitas a quienes nos entregamos con
todo? Lo que parecía ser un camino de mieles, se empezó a
distorsionar, cayeron troncos en el sendero y al esquivarlos, el
atajo resultó ser un bosque de árboles sarmentosos que guardan los
delirios de los otros.
Y es criticada la risa, así
que dejé de sonreír. Y es criticado el comportamiento, y abandoné
la espontaneidad. Y son ridiculizadas las amistades, entonces me fui
alejando, lentamente, hasta que todos los caminos que se abrían como
posibilidades de aventuras se empezaron a desdibujar y quedó uno
solo, luminoso, con esa luz mala que no es de aparecidos sino
prefabricada, esa que nos arman quienes nos convencen de que somos
amadas.
La vida palpita y a esa niña
que fue, se la ve inerte, incapaz de recuperar ese baile en puntas de
pie, con giros y saltitos, ese lirismo convertido en pesadilla. No
sabe cuándo sacaron los sándwich y la metieron en una campana de
vidrio, como la que utilizan las fondas, no recuerda cuándo pero sí
quién y, también, que lo dejó hacer, silenciosa y esperanzada
Hoy los aromas y las
imágenes de la infancia se me acercan y me rodean, no sé si fui yo
quien los convocó, pero están. Me envuelven como una nebulosa
protectora, pero ellos de por sí no pueden romper la campana, no
oculto el ruego en mi mirada, ellos la ven y esperan. Parece que
estuvieran reuniendo energías en ese giro sin pausas a mi alrededor.
Es momento de sacudirse
lastres, agitarse con fuerza, liberarse de la campana de vidrio,
ellos lo saben. Yo lo sé. Para mirar la vida sin filtros, debo
decidirme, estoy en eso.
Ellos esperan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario