miércoles, 5 de marzo de 2014

CAMPANA DE VIDRIO

Este cuento fue seleccionado por Marita Rodriguez-Cazaux para integrar la antología "Letras del Face II", cuya presentación se realizará en el salón de la Editorial Dunken el lunes 17 de marzo a las 18 hs.


CAMPANA DE VIDRIO



Hoy los olores y las imágenes vienen a mí, volvedoras. La mujer que soy, deja que tomen posesión y se armen su propio hogar en esta mente mía, agotada de tanto rumiar a solas. Son como “ocupas” que se instalan en terrenos de otros aferrándose como si les perteneciera, bebiéndose la vida con ganas sin detenerse a dudar y, el invadido, -por miedo o por sorpresa- va cediendo de a poco, hasta que pierde su espacio, su umbral, su lugar de ser.
Hoy esas imágenes me inundan. Y puedo ver, a los lejos, desde adentro de esta campana de vidrio donde me habitué a vivir, a la nena decidida que arrebata sonrisas, seductora pese a su inocencia, o quizás por eso . Y puedo oler el aroma a lavandina de las escaleras de madera recién lavadas, aroma de épocas más antiguas que los tiempos, cuando todo eran aplausos que siguieron hasta la adolescencia, donde, perceptiva e impertinente, aún desconocía el acíbar de las malas experiencias. Esas que nos marcan para siempre, esas que ocultamos sin ver que, al hacerlo, escamoteamos las otras, las que nos enorgullecen. No fue el afuera, sino el adentro, mi adentro el que me amputó con la esperanza de ser amada y valorada. Creo que vislumbré un mundo ficticio, donde la maldad es el lobo que se come a la abuelita cuando es ella quien se come al pobre lobo feroz que, ensangrentado, muestra sus grandes dientes inútiles, porque no los usó, porque creyó en la imagen de la tierna viejecita, rechoncha y con rodete.
¿No somos, acaso, lobos piadosos dejándonos comer por abuelitas a quienes nos entregamos con todo? Lo que parecía ser un camino de mieles, se empezó a distorsionar, cayeron troncos en el sendero y al esquivarlos, el atajo resultó ser un bosque de árboles sarmentosos que guardan los delirios de los otros.
Y es criticada la risa, así que dejé de sonreír. Y es criticado el comportamiento, y abandoné la espontaneidad. Y son ridiculizadas las amistades, entonces me fui alejando, lentamente, hasta que todos los caminos que se abrían como posibilidades de aventuras se empezaron a desdibujar y quedó uno solo, luminoso, con esa luz mala que no es de aparecidos sino prefabricada, esa que nos arman quienes nos convencen de que somos amadas.
La vida palpita y a esa niña que fue, se la ve inerte, incapaz de recuperar ese baile en puntas de pie, con giros y saltitos, ese lirismo convertido en pesadilla. No sabe cuándo sacaron los sándwich y la metieron en una campana de vidrio, como la que utilizan las fondas, no recuerda cuándo pero sí quién y, también, que lo dejó hacer, silenciosa y esperanzada
Hoy los aromas y las imágenes de la infancia se me acercan y me rodean, no sé si fui yo quien los convocó, pero están. Me envuelven como una nebulosa protectora, pero ellos de por sí no pueden romper la campana, no oculto el ruego en mi mirada, ellos la ven y esperan. Parece que estuvieran reuniendo energías en ese giro sin pausas a mi alrededor.
Es momento de sacudirse lastres, agitarse con fuerza, liberarse de la campana de vidrio, ellos lo saben. Yo lo sé. Para mirar la vida sin filtros, debo decidirme, estoy en eso.
Ellos esperan.

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