viernes, 17 de abril de 2015

Sala de Ensayos - cuento

No entendía en ese momento por qué mi madre me llevaba a escondidas a una sala de ensayos, tampoco me lo pregunté. Pero, hoy, caminando por una callecita empedrada, con la malla de luz que dibujaban los plátanos con sus copas entrelazadas, escuché una polonesa de Chopin.
Recordé la voz acariciante de mi madre diciéndome es nuestro secreto y, si te portás bien, después nos vamos a la heladería y nos compramos el helado más grande. Me atrapaba la idea del helado y, también, la risa de ella al volver a casa cuando mi torpeza le daba de comer a las baldosas.
Caminé hacia el sonido como abducido por una fuerza desconocida hasta detenerme en una casa antigua, con dos balcones estilo francés y persianas de metal que por dentro se cerraban con fallebas e imaginé que, del otro lado y cercano al ventanal, estaría ubicado el piano. Cerré los ojos y, por un momento al menos, volví a ver a mi madre y a mí tal como solíamos estar. Ella, dominando el teclado con sus manos blancas y alargadas, en tanto yo, con el mentón apoyado sobre el borde lateral, seguía con la vista la agilidad de sus dedos.
No conocí a mis abuelos ni la casa en que vivían aunque, por los relatos de mi madre, sé que tenían dos pianos uno de estudio y otro de cuarto de cola. Una vez nos visitó un tío, me abrazó como si me conociera y a ella la llenó de besos, fue una visita corta y aunque yo era un chico percibí la tristeza que flotando en el aire los envolvía a los dos.
No volví a ver en la mirada de mi madre esa dulzura con la que miró a su mellizo, pero supe que entre ellos había una comunión especial, ahora creo que se habían unido para soportar la rigidez del padre, un pastor protestante llegado a la Argentina desde su Polonia natal, con un único capital, la fuerza de su carácter y una disciplina férrea que lo hacía triunfar en cualquier actividad que abordara.
A mi tío, nunca más lo vi. Una vez pregunté y ella me respondió que era concertista y vivía en el extranjero. En ese momento argüí, sin que nadie me lo dijera que quizá  los hermanos habían soñado con hacer giras, con conciertos a dos pianos, con escapar de ese padre padrone. Nada de eso resultó, mi madre se enamoró de mi padre y mi abuelo no soportó ver a su hija con futuro de ama de casa,  por lo que, al enterarse del embarazo, la echó con  lo puesto.
Mi padre, que la amaba profundamente, era un soñador empedernido, pensaba en grande y en grande, fracasaba. Tenía una gran imaginación, era carismático y seductor pero carecía por completo de practicidad. En ocasiones ganó mucho dinero pero también lo despilfarró.
Mi madre pasó de la dureza del polaco a la bondad de un marido mitómano  que solía imaginar negocios que, invariablemente, fallaban. Había mucho amor entre ellos, no olvidaré las noches en que sentada en el suelo los veía bailar y reirse, me invitaban a que los acompañara, pero yo prefería mirarlos.
El amor es finito, ella no estaba preparada para una vida de sobresaltos económicos y su salud empezó a debilitarse. Cuando a él le iba bien, alquilábamos una casa y la primera compra que mi padre hacía era un piano, que luego se vendía para pagar las deudas de los negocios que no resultaban y volvíamos a vivir en hoteles,  de los que tanta veces nos vimos obligados a huir burlando a los acreedores.
Ella se desvivía por tocar el piano y, cada vez que nos mudábamos, salíamos de recorrida a buscar una sala de ensayos por la zona. En ese momento, yo no entendía por qué. Muchas veces le dije cuando sea grande: “voy a ganar mucha plata y voy a comprarte una casa con un gran piano de cola“ y sé que lo hubiera hecho o, al menos, lo hubiera intentado de no mediar su enfermedad, que la fue consumiendo lentamente.
A veces, al llevarle el té a la cama, veía sus deditos tocando un piano imaginario y pensaba que él era el culpable de que ella no hubiera triunfado, pero hoy, creo que lo quería tanto que me hacía mantener el secreto de nuestras aventuras por las salas de ensayo para que él no sufriera por haberle vendido el último piano que le había comprado, porque le resultó menos doloroso perder sus sueños de concertista, que perderlo a él.

Sala de Ensayos fue publicado en la antología CALEIDOSCOPIO, compilada por Leo Ramón,  Editorial DUNKEN, 2015



Presentación de la antología CALEIDOSCOPIO

El domingo 12 de abril en el Salón de la editorial DUNKEN, se realizó la presentación de la antología de cuentos CALEIDOSCOPIO, compilada por el escritor Leo Ramón quien se refirió a su experiencia como antólogo y a las diversas obras presentadas, en el panel los acompañaron los escritores Carlos Penelas, Marita Rodriguez-Cazaux y Ricardo Tejerina Tejerina, quienes además de referurse a todos los autores, destacaron la labor de la editorial en este proyecto ROI (Recepción de Obras Inéditas) que permite que los escritores envíen sus cuentos y poesías, y de ser seleccionados, difundan su obra en forma gratuita.
Además de leer algunos de los cuentos publicados, invitaron a los aurtores a la lectura de sus cuentos, haciendo hincapié en lo que viajaron desde lejos.
Dentro del volumen han sido elegidos cuentos de México y Reino Unido, y dentro de nuestro país de provincias como La Pampa, Mendoza, Misiones, Chaco, Neuquén, La Rioja, Cóirdoba, Santiago del Estero, Santa Fé y también de Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



Compartiendo aplausos con mi nieta





Mi cuento Sala de Ensayos integra el presente libro y se puede leer en este blog.

miércoles, 1 de abril de 2015

¿Quien le teme al best-seller?


Oliverio Girondo en sus "membretes" dijo que: "un libro debe construirse como un reloj y venderse como un salchichón." Para demostrar su teoría se comprometió a vender su libro -Espantapájaros- con una campaña publicitaria. Alquiló un local en la calle Florida al que llenó con los 5.000 ejemplares de su libro. Contrató jóvenes bonitas que, con atuendos llamativos, atraían a los transeúntes y, no conforme con esto, paseó un espantapájaros en una carroza fúnebre por toda la ciudad. En un mes vendió los 5.000 ejemplares. Un best-seller: el más vendedor. 
La mayor o menor cantidad de ventas de un libro está ligada a diversos factores: publicidad, moda, intereses del momento, en fin, todo aquello que hace a las necesidades de mercado.
La calidad literaria o de escritura -en libros de no ficción- no está ligada a las ventas y así encontramos que fueron y siguen siendo best-sellers: La Biblia, El Libro de la Petrona C. de Gandulfo, las novelas rosas de Corín Tellado, El Principito de Saint Exupèry y muchos más.
Estos títulos, prima facie, muestran disparidad, tanto en la temática como en los estilos. No es posible hacer una regla, el único patrón que los une es la gran cantidad de ventas.
Tanto Harold Robbins como Stephen King, son escritores cuyos libros se han agotado a poco de salir a la venta. Y, en tanto Robbins es un escritor superficial que se atiene a una receta de éxito, King es un escritor excelente con una capacidad inusual para la fábula.
Sin embargo, con frecuencia se utiliza el concepto de best-sellerismo para descalificar. 
Un escritor que vende logra reconocimiento y poder económico. Por lo tanto es blanco de envidias mal disimuladas.
Muchos malos escritores se ufanan de ser escritores "para pocos", como si eso de por sí, involucrara calidad.
Así ocurre con los lectores seudo intelectuales. Los que vemos en el subte con un libro de Roland Barthés, Michel Foucault o cualquier otro autor que (sin juzgar aquí sus valores intrínsecos), por caprichos de la moda se convierten en "el escritor que hay que leer". Esta imposición encierra un sentido de pertenencia a la cofradía y esto nos remite a la historia del manto invisible que todos veían para evitar ser criticados por falta de inteligencia.
Los medios de comunicación, tan avanzados en el aspecto tecnológico, no son utilizados para desarrollar el propio criterio. Por el contrario propenden a la masividad.