Desde hace muchos años se festeja el
11 de junio, el Día del Vecino, fecha elegida para conmemorar el
aniversario de la segunda fundación de la Ciudad de Buenos Aires.
La idea surgió de Romeo Raffo Bontá,
quien desde la Asociación Vecinal Villa del Parque promovió este
festejo, invitando a la participación activa de todos los miembros
de la comunidad, al trabajo en equipo y a la difusión de las
entidades barriales, cualquiera sea su objetivo: institucional,
artístico, mutual, deportivo, etc.
En el año 1959 el gobierno de la
ciudad estableció esta fecha como Día del Vecino, y desde entonces
tiene un alcance a nivel nacional. Posteriormente, en 1990 se
instituyó por decreto llamándolo “Día del Vecino Participativo”,
con el propósito de promover y difundir el trabajo entre las
organizaciones barriales, los vecinos y el Estado.
Luego
de los primeros años de vida, el núcleo familiar formado por padres
y hermanos no es suficiente para nuestro crecimiento, es donde
comienzan a gestarse las amistades con otros niños, que suelen ser
los de la casa de al lado, o la de enfrente o la de la esquina. Esto
ocurre incluso en esta época, en que las mujeres trabajan fuera de
su casa y los niños son llevados a la guardería maternal o al
jardín de infantes, donde empiezan a desarrollar un rol social,
donde cada niño invita a su compañerito a jugar en su casa porque,
en general, son vecinos del barrio. Este inicio logra conectar a sus
propios padres con los de los otros niños, generándose entre éstos
amistades duraderas.
Hace muchos años, cuando una familia
se mudaba a un lugar en el cual no conocía a nadie, era prioridad ir
a presentarse llevando una torta, o mantecados, o buñuelos. En la
mayoría de los casos, este gesto era retribuido sellando así un
acuerdo tácito de ayuda mutua.
Aún se mantiene en algunos pueblos de
provincias, o en localidades de casas bajas pero, en las ciudades,
con edificios de muchos pisos, resulta imposible continuar con este
hábito y pasan meses y hasta años hasta que se conocen entre sí
los habitantes de las otras unidades salvo, en el momento de las
reuniones de consorcio en las que rara vez todos los concurrentes
están de acuerdo.
No obstante la vertiginosidad de la
vida moderna, todos sabemos que si tenemos algún problema doméstico
o de salud, antes de llamar a familiares y/o amigos, recurrimos a
quienes están más cerca nuestro que son los vecinos, y en la
mayoría de los casos, son éstos quienes nos socorren primero.
Hay muchos casos en que algunos de
esos vecinos labran una amistad, es un estado ideal pero no se da
siempre, sin embargo, aunque no exista un vínculo fuerte el solo
hecho de la cercanía nos compromete a todos a darle una mano al
vecino que se encuentra en apuros.
Por supuesto, hay situaciones tan
difíciles de tolerar que generan enemistades, cuando esto sucede, el
recuperar la relación cordial se hace casi imposible, porque
tendemos a “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
nuestro”.
La sociedad en que vivimos, con sus
exigencias consumistas, nos conduce a auto-presionarnos para ganar
más, para tener la ropa y el calzado de moda, para cambiar el auto,
el televisor y el teléfono celular, año tras año. Creemos que esta
carrera por objetos materiales nos lleva a vivir mejor o a ser más
felices, pero es en realidad una falacia que nos ha borrado la
capacidad de empatía, de ponernos en el lugar del otro. Así,
justificamos nuestro individualismo, nuestras actitudes egoístas y
nuestros comportamientos de “sálvese quien pueda”. Esto nos deja
poca o nula capacidad de tolerancia.
Hay ciertas reglas de oro que todos
deberíamos cumplir para una mejor convivencia y que conocemos sin
necesidad de hacer un curso. La primera y más importante es recordar
cada día que: “Mi derecho se termina donde empieza el de los
demás”, este concepto muy escuchado no se lleva a la práctica y
constituye un atropello que va desde mínimas actitudes de invasión,
hasta el marcar territorio con actitudes patoteriles.
Otro de los derechos de nuestros
vecinos que es preciso respetar, es la privacidad. El otro tiene
derecho a planificar y programar acciones en su tiempo libre que no
deben ser interrumpidas abusando de la cercanía, el: “vi luz y
entré” es un asedio sin la menor consideración a las actividades
que nuestro vecino tiene planeadas.
La tercera y definitoria es la
solidaridad, se podría decir que la solidaridad es el abece de la
vecindad. La solidaridad implica apoyo, ayuda desinteresada,
protección a los más vulnerables.
Hay instituciones específicas que han
surgido de la buena vecindad como los Bomberos Voluntarios o la Cruz
Roja, que se brindan a los demás con gran altruismo e incluso, en
muchos casos, haciendo peligrar sus vidas.
Cuando errores humanos dan lugar a
incendios involuntarios, cuando los fenómenos climáticos nos
golpean con catástrofes naturales como inundaciones, maremotos,
terremotos, tsunamis, etc. es cuando la solidaridad se convierte en
protagonista y entendemos que solos no podemos defendernos de esos
flagelos pero con la ayuda de nuestros vecinos, sean del barrio, de
otros pueblos, o de otros
paises, estamos en condiciones de enfrentarlos y salir adelante
porque parafraseando la letra de uno de los temas de The Beatles:
“con una pequeña ayuda de mis vecinos, lo lograré”.