Estamos viviendo en un siglo caracterizado por los avances
tecnólogicos, éstos nos han ido domesticando de a poco hasta
convertirnos en sujetos tecnos en lugar de sujetos sociales, como
deberíamos ser por definición.
Se habla y se escribe mucho sobre el tema, se toma partido a favor o
en contra, pero no caben dudas de que los cambios que se están
produciendo no se detendrán, porque las sociedades avanzan sin
perjuicio de algunos sectores que pudieran estar en desacuerdo.
Por lo tanto, tendremos que aprovecharnos del progreso tecno en
cuanto a lo que nos aportan de bueno y estar preparados para no
sumarnos esclavizadamente a ellos.
Tiempo atrás, y no demasiado, estamos hablando de hace 40 o 50 años,
conseguir un teléfono de línea era un verdadero logro, se tardaban
años en trámites y reclamos hasta que se lograba que las empresas
de comunicaciones nos instalaran uno en el domicilio, tal es así que
cuando comprábamos o vendíamos un departamento, el valor aumentaba
considerablemente si la vivienda ya tenía teléfono.
En ese entonces, suponer que podríamos tener un teléfono de mano,
con el cual estar conectados todo el tiempo y en cualquier lugar,
era cosa de películas de espías, James Bond llevaba uno en su auto.
Sólo recordar el tamaño que tenían los primeros celulares, nos
mueve a risa pero ya ni nos acordamos, ahora tenemos la posibilidad
de hablar, enviarnos fotos, crear grupos de whatsapp en el seno
familiar, entre grupos de amigos o de estudio, con la seguridad de
que el mensaje de uno de sus miembros es recibido en el mismo momento
por todo el grupo.
El celular nos ha abrazado de tal modo que no nos asombra que en una
plaza pública vaya un adulto empujando el cochecito de un bebé con
su mano derecha mientras que con la izquierda sostiene el teléfono y
realiza proezas leyendo o respondiendo mensajes.
Otro tanto ocurre en las confiterías y restaurantes, donde es muy
fácil ver en una mesa a cuatro personas y cada una de ellas está
con la vista fija en su teléfono, la mirada face to face, el
contacto visual que profundiza el vínculo con el otro pareciera una
antigüedad.
En los teatros y salas de conciertos, deben recordarles a los
presentes que apaguen sus celulares porque siempre hay algún
descolgado que olvidó apagarlo o simplemente bajar el sonido y se
escucha un timbrazo en el momento más emocionante de la película o
en la nota más alta de una canción o en el chiste que más le costó
crear al actor que realiza el unipersonal.
Entonces... llamados telefónicos, mensajes de voz y de texto, envío
de fotos y videos, y hasta la posibilidad de sacarnos autofotos o
selfies, son las nuevas formas de comunicación que nos brinda la
tecnología.
Desde otro ángulo, las oficinas no contratan a nadie que no sepa
manejar una computadora y, las empresas públicas nos envían las
facturas por Internet, debemos inscribirnos a través de formularios
on-line y hasta los reclamos se deben hacer mediante el acceso a la
página web de la firma. En estos casos, se obvia a un sector de la
sociedad que se ha ido resistiendo al uso del celular y la
computadora y que quedan excluidos. Los mismos empleados ante el
reclamo de una persona mayor le responden: “dígale a sus nietos,
ellos saben”. Sí, en el caso de que esa persona, que por lo
general tiene más de sesenta años, haya tenido hijos y por lo
tanto, tenga nietos.
Se habla mucho de inclusión y se excluye permanentemente a este
sector de la población que no se ha sumado al avance tecnológico.
Ahora bien, se podría dividir a la sociedad en tres grupos etarios,
los mayores a los que como ya hemos mencionado se se da por sentado
que deben entender y utilizar la tecnología y; los adultos, que se
sumaron y andan a los tropiezos pero avanzan porque de lo contrario
perderían sus trabajos y también la corriente de comunicación con
sus hijos, y el tercer grupo es el de los jóvenes.
De éstos tenemos que ocuparnos porque van camino al autismo. Porque
los adultos mayores se niegan a las nuevas formas pero no dejan de
reflexionar respecto al tema como siempre lo hicieron, y deben asumir
que ya no son “los sabios” a quienes consultar como era antes,
sino que se los considera descartables e ineficientes, por lo tanto,
prescindibles. Los adultos que con sus más y sus menos, se suman
cada vez más, pero que siguen analizando el viraje de las relaciones
sociales al que hemos llegado, y los jóvenes, que ni reflexionan ni
analizan y se sienten superiores por entender claramente las nuevas
formas, pero que no están viendo en que medida el estar horas frente
a una pantalla de computadora o de celular, les impide desarrollar
otros aspectos de su personalidad.
En este momento, los niños de jardín de infantes, ya manejan el
mouse y se acercan a la computadora pidiendo las páginas en que
están los videos que a ellos les gustan, si eso ocurre con los
chicos de jardín, ni hablar de los de diez años que juegan a la
pelota a través de un juego de video, ignorando que se están
perdiendo la libertad de juegos a la que tendrían acceso entre un
grupo de amigos sin nada que se enchufe.
El extremar las actividades sociales por medio de la computadora o el
celular hace que se conecten más consigo mismos que con el otro,
habría que preguntarse cómo serán los matrimonios o parejas
convivientes dentro de veinte o treinta años.